
Después de es maravilloso instante
abrí los ojos y cortinajes de bruma
como gazas me cubrieron dulcemente.
Seguía con los ojos entreabiertos.
Ese velo en forma de varoniles manos
me rozaba de nuevo con una ternura,
despertando un insaciable apetito.
De nuevo el cielo se acostó sobre el mar
y allá a lo lejos...
¡La línea del horizonte besaba el vientre estremecido de una sirena...
Las olas aplaudieron sobre sus cuerpos trémulos…!
Ana Lucía Montoya Rendón
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